Hace ya 32 años que elegí la opción de estudiar periodismo, de centrar mi formación en esta carrera que me suscitaba interés por lo que suponía en y para la sociedad, la posibilidad de aportar y acercar la realidad de lo que ocurre en nuestro entorno, en el mundo. Por entonces sí que veíamos con envidia a todos los reporteros de guerra o enviados especiales a las zonas de conflicto, sí que éramos muchos los que pensábamos o idealizábamos la profesión a través de sus crónicas, su trabajo, a través de ellos y ellas.
Sin duda el periodismo son muchas más cosas y con los años de carrera, y más aún con los de profesión, los del ejercicio sobre la arena del día a día, te das cuenta que ese tipo de desarrollo de esta maravillosa profesión está hecho para muy pocos o pocas, aunque la responsabilidad de acercar la realidad -aunque sea de la comunidad o tu ciudad- es la misma para los profesionales locales, aquellos que apuestan por el periodismo real, veraz y que permita tener acceso a la ciudadanía al mayor número de lados, de voces que una misma noticia puede tener y así fomentar el espíritu crítico, la conciencia crítica de la sociedad de manera que sea independiente y libre. Porque eso es el periodismo o así se debe entender.
La triste noticia de hace una semana sobre el asesinato de los dos periodistas españoles David Berain y Roberto Fraile en Burkina Faso en una emboscada mientras preparaban un reportaje sobre la caza furtiva, me ha recordado la gran admiración que tengo por estas compañeras y compañeros que se adentran en conflictos internacionales, en zonas que muchos prefieren que permanezcan fuera del foco de los medios porque no interesa -ni a propios ni ajenos- que se sepa el número de muertos, refugiados, desplazados… que se destape lo que todos saben que está pasando pero se mantiene al margen bajo esa premisa de «ojos que no ven corazón que no siente». Ejemplos muchos, entre ellos, Siria más de una década de conflicto, o recientemente el golpe de estado de Birmania y la represión que se está ejerciendo contra los opositores.
Y periodistas como David y Roberto, y como ellos muchos más, son los ojos que no están dispuestos a permanecer cerrados y que no quieren dejarnos mirar hacia otro lado aunque ello suponga poner en riesgo su vida y, como en este caso perderla, porque como el propio David Berain dijo en alguna ocasión «si te dedicas a eso, tienes claro lo que quieres hacer y a dónde vas. Sabes el riesgo que conlleva». ¡Y tanto…! Él y quienes cada día se juegan la vida por dar voz a miles de personas que sufren y mueren por políticas movidas por intereses personalistas o económicos entre grandes potencias, que prefieren mantenerse al margen y cuanto menos les salpique mejor.
Cuando conocí la noticia de estas dos nuevas muertes me pareció de justicia recuperar para mi blog el libro En la oscuridad que leí tras conocer a su protagonista y autor, Antonio Pampliega, un hombre cercano, un periodista de raza que ama su profesión y del que recojo parte de su dedicatoria que plasmó en la primera página del libro por lo mucho que significa, por la gran verdad que en ella expone: «Sigue luchando por la profesión más bonita del mundo porque se necesitan periodistas valientes».
¡¡Cuánta razón @APampliega, cuánta razón!! Se necesitan periodistas valientes no sólo en esos mundos de guerras, conflictos y secuestros que nos narras en tus reportajes y en el libro En la oscuridad, en el que nos relata los diez meses de cautiverio que vivió a manos de Al Quaeda, día tras día, con amenazas, en pequeños habítaculos y traslados de un lugar a otro con la incertidumbre -y casi certeza- de que en ese sí, que esta vez sí serían decapitados, asesinados. Miedo, soledad, desesperanza y mucho amor nos traslada en este relato en primera persona. Recuerdos que fue recogiendo en forma de cartas a su hermana durante casi un año sumido en tristeza e incertidumbre, en desconocimiento sobre qué pasaba con sus otros dos compañeros de viaje J.López o Ángel Sastre.
Un libro que recomiendo porque nos permite acercarnos a una profesión que quizá por haberse idealizado, en muchas ocasiones, no somos conscientes de lo que se juegan por ejercerla, por desarrollar su trabajo con la pasión que les mueve por dar a conocer la verdad, aunque ello implique peligros que no nos podemos llegar a imaginar, o, trabajar en condiciones en las que enviar una crónica o cubrir una información resulta una tarea ardua por la falta de medios o las condiciones óptimas, y aún así lo hacen -a pesar que la remuneración no será como para jubilarse o vivir holgadamente-.
Y ahí están esos grandes profesionales, PERIODISTAS (sí con mayúscluas, al menos para mí) que arriesgan sus vidas y que se quedan en el camino. Según datos facilitados por un informe realizado la UNESCO en la última década 800 periodistas de todo el mundo han muerto en los conflictos, registrándose el mayor número de casos en los Estados Árabes, seguidos por América Latina y Asia. Muertes a las que se suman secuestros, detenciones arbitrarias, torturas… Según el balance realizado por la Asociación Reporteros Sin Fronteras, en el 2019, 49 periodistas murieron asesinados, 389 fueron encarcelados y 57 secuestrados. Todo ello por ejercer su profesión, defender la verdad y querer que se conozca, sin atender a intereses partidistas, económicos o del tipo que sea que lo impidan. Y ello, ejercer su trabajo y enfrentarse así a los grandes poderes supone poner su vida en riesgo y en demasiadas ocasiones perderla.
Lo hacen conscientes y por amor a su profesión. Cubren esa información porque creen firmemente en que esa es la esencia del periodismo: dar voz a quienes no la tienen, descubrir la verdad que otros quieren ocultar. Periodistas de raza, que saben los riesgos que conlleva y los asumen. Es el caso de los 12 periodistas españoles que han muerto desde 1980 y a los que ahora se han sumado David Berain y Roberto Fraile. Nombres para los que se sigue exigiendo justicia como el de Jose Couso al que se suman otros como los de Luis Espinar, Ricardo Ortega o Julio Fuentes entre otros. A ellos se suman los secuestros de José Cendón, Manu Brabro, Marc Marginedas, Javier Espinosa y el propio Antonio Pampliega junto a J.M. Lopez y Ángel Sastre.
Y vuelvo a esa dedicatoria que mencionaba antes de Antonio Pampliega en la que pide que «siga luchando por la profesión más bonita del mundo porque se necesitan periodistas valientes». Sí, pero no solo valientes para atravesar medio mundo y adentrase en conflictos o denunciar las redes de narcotráfico, también debemos ser valientes los periodistas de nacional, los periodistas locales y no rendirnos ante las presiones cada vez más constantes y presentes en los medios de comunicación, presiones políticas, económicas que pretenden silenciar plumas, micros o pantallas de televisión con mensajes hechos a medida.
Los periodistas valientes -habelos hailos en las redacciones aunque les suponga muchos sacrificios- deben perder el miedo y devolver a esta bella y necesaria profesión su valor, ese que la convirtió en el cuarto poder y que ha ido perdiendo fuelle y fuerza ante el empuje de de poderes establecidos que no admiten réplicas o voces que puedan disentir de su discurso, o incluso desmontarlo con facilidad. Poderes que han encontrado aliados en las grandes empresas de comunicación donde la gestión económica prima sobre la función informativa, o medios públicos silenciados por los partidos en el poder. En medio periodistas -muchos de ellos grandes profesionales- que intentan sobrevivir y defender con la mayor calidad y dignidad posible su trabajo a pesar de las múltiples presiones que reciben diariamente por el simple hecho de querer «hacer una pregunta» o algo tan esencial como contrastar la información.
Periodistas locales, periodistas de provincias de los que tampoco me quiero olvidar en esta entrada en la que sí he querido rendir un homenaje a todos esos compañeros y compañeras que en busca de la verdad, hacen sus maletas se despiden de sus seres queridos conscientes de que, sí cabe el riesgo -por mucha experiencia y cuidado que tengan- de no regresar, de perder la vida.
Hace 32 años decidí estudiar periodismo porque creía firmemente en la gran labor que desarrolla dentro de una sociedad. En aquel momento ya seguía a reporteros o enviados especiales y me despertaban admiración, mucha. Por entonces también había visto una gran película como es la de Los gritos del silencio, a la que después siguieron muchas más destacando la labor de estos profesionales. Pero esa primera película siempre quedó ahí. Pasados los años y con décadas de profesión en mi haber puedo decir que no me equivoqué que soy periodista de corazón y por eso duele tanto comprobar cómo se está malogrando o «prostituyendo» en muchos casos esta maravillosa profesión que en quienes la ejercen tiene a sus grandes defensores -aunque también algunos enemigos-. Pero seguiremos apostando siempre por un periodismo valiente porque solo así la sociedad podrá ser libre -esa palabra que tan de moda está y tan mal utilizada en las últimas semanas desde la capital-.