Ya está muerta

Desde hace más de una semana, una vez más las imágenes de bombardeos, misiles y muertes inundan los telediarios, periódicos y noticias cada día. A veces las tenemos de fondo, otras muchas preferimos no ver las fotos que se eligen para completar la información, con misiles arrasando ciudades, con heridos trasladados a los hospitales y muertes, de nuevo demasiadas muertes -una es suficiente- entre las que siempre se destacan las de los niños, los pequeños – como si el resto no valiesen- que ven truncado su futuro por una guerra que a lo largo de décadas sigue abierta, sin cerrarse y a la espera de una solución que -quienes en su día propiciaron el conflicto- dilatan en el tiempo en defensa de sus intereses geopolíticos.

Me refiero al enésimo capítulo del enfrentamiento entre Israel y Palestina, un conflicto que arrancó a finales de la década de los 40 del pasado siglo XX, y que se ha prologando a lo largo del tiempo sin una solución y con un beneficiado claro desde el principio: Israel. Viendo de nuevo las imágenes me vino a la cabeza un libro que ya he leído hace tiempo. Quizá los haya mucho más específicos y más concretos sobre el conflicto pero en su día esta novela me trasladó a Palestina, a la historia que hay detrás de ella y a entender un poquito más todo lo que se denuncia, se reclama y sobre lo que no se avanza, mientras se machacan los derechos civiles de miles de personas.

Julia Navarro me había cautivado con su novela «Dime quien soy», tras la que publicó «Dispara, yo ya estoy muerto», que no tardé en hacerme con ella y que traslado hoy a mi blog. Personalmente me gustó mucho, un libro sencillo de leer y con una historia con personajes que hacen un recorrido a través de las relaciones entre musulmanes y judíos, a partir precisamente de la historia de sus protagonistas. Una familia judía que se ve obligada a emigrar, a huir de la Rusia de las pogromos y eligen acudir a la que consideran su tierra sagrada, donde son acogidos sin problemas inicialmente por su población musulmana con la que consiguen convivir.

Reconozco que cuando comencé su lectura no imaginaba que iba a conducirme directamente hacia el conflicto palestino-israelí y a su origen, ese que queda tan lejano y que es tan desconocido para miles y miles de personas que siguen pensando que Palestina y sus habitantes no tienen razón en sus reclamaciones. Craso error. De una forma historiada y de la mano de dos protagonistas, que llegan a ser amigos durante años, nos permite ver la injusticia que ha supuesto a lo largo de la historia el trato que se ha dado al pueblo de Palestina al que década a década se ha ido robando su territorio, se ha ido invadiendo su espacio.

Comprendemos o descubrimos la historia de apoyos y acuerdos que han favorecido la ocupación de la «Tierra Santa» para muchos pero que el pueblo errante y castigado de los judíos abandera como propietario atribuyéndose el derecho a reclamarlo usando por enésima vez sus víctimas en persecuciones o en el holocausto nazi – y no me entiendan mal, es un verdadero horror y una de las partes más negras de nuestra historia-. Pero creo que es necesaria más información y conocimiento de la historia completa para no justificar las acciones que el estado de Israel encabeza, donde intereses religiosos y políticos se aúnan como un cóctel explosivo que no nos resulta ya nada extraño.

La historia de los dos protagonistas de «Dispara, yo ya estoy muerto«, Ahmed y Samuel, te llevan a interesarte un poquito más por el cómo se ha llegado a la situación actual. El origen de un conflicto abierto desde el final de la primera Guerra Mundial y que se ha trasladado hasta nuestros días sin una solución justa, con la persecución indiscriminada de millones de palestinos que vieron ocupadas sus tierras por los judíos que huían de pogromos primero y más tarde del horror del holocausto. Buscaron refugio en ese país en el que familias árabes como la de Ahmed acogieron a familias judías como la de Samuel sin ningún problema, sin imaginar que estaban dejando entrar en su casa a los que serían sus verdugos.

Tras las reclamaciones de «su tierra» contaron con el apoyo, desde un principio, de Europa y hoy en día de un gran número de países que se limitan a dejarles hacer. Por eso además de indignar, no sorprende que la ONU, organización que ha tardado una semana en reunirse tras el inicio de los nuevos ataques, se haya limitado a pedir «un alto al fuego a Israel y Palestina para evitar una crisis mayor» y fuera China la que haya denunciado la posición de Estados Unidos «obstruyendo» un acuerdo (quizá porque son muchos los intereses geopolíticos y económicos los que hay en juego).

Fue tras la primera Guerra Mundial cuando se produce el primer «reparto» por parte de Reino Unido a favor de los judíos con la «Declaración Balfour» en la que reconocía la creación del Estado de Israel en Palestina siempre que no se hiciese nada «que perjudicase los derechos civiles y religiosos de la comunidad no judía». Tristemente quedó en «papel mojado» esta intención, respaldada durante décadas por naciones que han mirado hacia otro lado ante la continua expansión de los asentamientos «colonos», expropiación de terrenos y desplazamiento forzoso de la población, cifrado en más de 5 millones en los últimos años.

La franja de Gaza, parte de Cisjordania y de Jerusalen los terrenos que la población palestina, la población árabe conserva y defiende -o eso intenta-como suyos. La llegada de Hamás al poder parecen dar más aire a las intenciones de Israel que cuentan, por intereses de distinta índole, con el respaldo de las grandes naciones entre ellas Estados Unidos que en las últimas horas ha pedido a Gaza, a los palestinos únicamente, un alto al fuego y por si fuera poco ha anunciado que venderá armas a Israel por valor de 600 millones de euros -¡¡ay el negocio de la guerra que rentable sale a muchos países».

Siguen sumando muertos que se cuentan por miles y permitiendo lo que ya se ha denunciado por parte de la organización Human Rights Watch (HRW) un nuevo apartheid contra en este caso la población palestina a la que se persigue, castiga y se desahucia solo por cuestiones de carácter racial. Desde la organización se recuerda que son los palestinos los que están sujetos a estrictas restricciones a la libertad de movimientos -hay numerosos puestos de control en el país-, es la población palestina a la que le confiscan las tierras y echan abajo sus casas y edificaciones, obligando a su desplazamiento.

Una persecución que la organización trasladará a la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional, con sede en La Haya, que ha abierto una investigación por crímenes de guerra y contra la humanidad, entre los que figura el delito de apartheid, cometidos en Palestina.

Y mientras seguiremos mirando para otro lado o echándonos las manos a la cara para no ver las imágenes que saltan en nuestros televisores porque nos perturban o desgarran… simplemente cambiaremos de canal porque eso queda muy lejos y no va con nosotros. Pero sí, sí tenemos responsabilidad al pertenecer a países cuyos gobernantes permiten desde hace décadas que se siga oprimiendo y asesinando a una población por su raza y sus creencias. Y no, en este caso no estamos hablando de los judíos.

Probablemente, como ya comenté, hay muchos libros que analizan o tratan más profundamente la cuestión que hoy he querido traer a este blog de la mano de la novela «Dispara, yo ya estoy muerto». Seguro que sí. Pero sí puedo decir que este libro ayuda a dar ese primer paso para los que quieran conocer y empezar a preguntarse más cosas. Termino con una conversación de dos de los personajes de esta novela sobre estas guerras inútiles y sin sentido:

—¿Crees que algún día árabes y judíos podremos volver a vivir juntos? —le preguntó Aya mientras se secaba las lágrimas.
—Sólo cuando haya tantos muertos que resulte insoportable una muerte más. Entonces los hombres se sentarán a hablar.

Me temo que no.

El discurso del profesor universitario judío Norman Finkielstein en 2010 posicionándose contra Israel y su opresión sobre el pueblo de Palestina le impidió volver a ejercer en ninguna universidad americana.

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