Cicatrices

El placer de la lectura es innegable. Descubrir historias a través de las páginas que vamos pasando no tiene precio. Quedarte enganchada a las palabras que otra persona ha dado forma y vida para que las resucites tú siempre me ha parecido un auténtico «arte». Leer es importante; leer nos amplía la mente y la perspectiva de las cosas, de la vida; leer nos permite desarrollar el espíritu crítico, nos facilita no conformarnos con lo primero que nos dicen o nos prometen… leer, como dirían ahora las nuevas generaciones, «siempre es bien».

Son muchos los géneros que pueden despertar nuestro interés, pero reconozco que al igual que ocurre con el cine o la música, entre otras expresiones artísticas, agradezco las lecturas en las que hay una implicación por parte de sus creadores. Una literatura que vaya un poquito más allá y asuma una responsabilidad social, que descubra en sus historias cuestiones que en muchas ocasiones es preferible obviar porque mejor «no enfadar» a nadie, o no entrar en temas escabrosos. Escritores y escritoras que entienden que a través de su creación pueden aportar un granito de arena para mejorar las cosas, o por lo menos, para denunciarlas y darles un poco de luz.

Una premisa que el autor que hoy me lleva a escribir estas líneas siempre ha asegurado defender en sus obras, como ha reiterado en sus presentaciones. Lo mismo ocurre con su última obra, sin duda, diferente a las anteriores pues se trata de una novela ilustrada: A historia de Sara. Simplemente una combinación maravillosa en la que a través de las ilustraciones de Luz Beloso y el texto de Francisco Castro se logra una simbiosis única que nos permite conocer la dura historia de esta pequeña a través de la sensibilidad y delicadeza de unas ilustraciones magníficas.

La infancia reflejada a través del silencio de una pequeña. Un libro repleto de amor y al mismo tiempo de dolor, de pérdida. Una pérdida física y una pérdida irrecuperable como puede ser la inocencia, la ingenuidad que definen el núcleo central de cualquier niño o niña en sus primero años de vida.

A través de Sara, a través de las palabras que en su boca pone el escritor y las imágenes que nos regala -porque son un regalo- Luz Beloso nos adentramos en una realidad dura, muy dura, pero real en nuestros tiempos: los abusos a menores. Sí, ya han sido noticia y se han relacionado con casos de pederastia en la iglesia o en colegios, o simplemente depredadores sexuales que se hacen pasar por adolescentes o menores para captar su interés y después someterlos a sus deseos… ya no suena extraños, aunque prefiramos pensar que son una minoría.

Pero el caso de Sara es otro diferente, pero excesivamente común: abusos en el entorno familiar o de amistades más cercanas. Sí, padres o madres, tíos o vecinos de toda la vida que «abusan» de la indefensión de quienes no saben expresarse, de quienes sorprendidos o extrañados, o vete a saber tú cómo, observan que quienes deben defenderlos y protegerlos son los que están rompiendo su mundo inocente y limpio de contaminaciones sociales. Rompen su infancia, dejando cicatrices que con el tiempo intentan borrar pero que subyacen en su subconsciente y tarde o temprano surgen y se hacen presentes ya en la madurez de ese niño o esa niña abusados.

Vamos con los datos: Según un estudio realizado por Save the Children entre un 10 y un 20 por ciento de la población española ha sufrido algún tipo de abuso sexual durante su infancia. Según el análisis de sentencias, un 44,7 % de los abusos se producen entre los 13 y los 16 años, aunque la edad media en la que los niños y las niñas comienzan a sufrir abusos es muy temprana, a los 11 años y medio. Y en un el 78,9 % de los casos analizados las víctimas son niñas y adolescentes.

Pero, ojo, que un 10% de los casos se registran entre menores de 0 a 6 años, y algo más de un 20% a chicos y chicas de edades comprendidas entre los 7 y los 10 años… realmente horrible y espantoso -suaves me parecen los calificativos elegidos aún así-. ¿Y quién está detrás de esos abusos, de ese atentando contra la inocencia de los pequeños y pequeñas? En un 84%, sí has leído bien, un 84% una persona de su entorno familiar o de conocidos, siendo en la mitad de ellos alguien del propio seno de la familia del menor abusado.

Detrás de la historia de Sara que hoy traigo aquí hay miles de nombres y casos que cada día se dan en España, en nuestra ciudad, en el colegio de nuestros hijos. Sin nosotros ni siquiera saberlo quizá estemos ante alguno de esos «familiares» que han decidido que tienen derecho a desahogar sus instintos más animales con su hijo, hija, sobrino, nieta… El estudio de Save The Children, que analiza los años 2019 y 2020, recoge datos del Ministerio del Interior que cifra en 5.685 las denuncias por delitos contra la libertad sexual que tenían como víctima a niños, niñas y adolescentes, representando el 50,8% del total . La pregunta es…¿ cuántas quedan en el olvido o sin presentar porque las víctimas no pueden hablar, no se atreven, o no encuentran el apoyo necesario para verbalizar lo que les pasa?

James Rhodes habló también de sus abusos, lo hizo reclamando una solución una ley que garantice la defensa de los menores. Lo logró y nuestro país aprobó la Ley Orgánica 8/2021, de 4 de junio, de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia, aunque ahora sólo falta que no quede en papel mojado, que sus artículos además de regular y garantizar derechos y protección, se cumplan, se apliquen con toda la rotundidad posible sobre todo aquel o aquella que acaba con la inocencia y la confianza de una infancia…la de aquel niño o niña que en las personas que deben protegerlo y cuidarlo encuentran a su enemigo, los fantasmas que los acompañarán durante toda la vida.

Y no hablamos de los abusos de la iglesia (que ahí siguen esperando una respuesta) no, claro que no. Hablamos de los que comenten padres, madres, profesores, familiares cercanos… personas a las que los pequeños como nuestra protagonista Sara admiran porque los ven como seres protectores y que en su cabeza no cabe que puedan hacer uso de su fuerza y de su poder para lograr someterlos, obligarlos a hacer cosas que no entienden, a callar, a llorar, a encerrarse…

Casualmente al poco de leer la A historia de Sara, calló en mis manos -lanzado por mi hija- el libro Kafka y la muñeca viajera de Jordi Sierra i Frabra, donde la infancia y sus «preocupaciones» son tratadas con dulzura y con una visión en la que el escritor nos recuerda qué importante es entender a esas «pequeñas personitas» como tales, con sus sentimientos, dolor y sobre todo sus sueños, esos que tenemos la obligación de preservar mientras crecen hasta que se enfrentan a la vida y la descubren por sí mismas.

Bastante duro es ese viaje como para que te amputen la infancia.