Seremos

«Federico, qué putada hacerse viejos…»

Con esta frase contundente y breve la actriz Kitti Mánver resume el pensamiento de miles de personas que ven su vida pasar y los años avanzar, y lo hacen solas o limitadas por los achaques de la edad y de la propia sociedad.

La saturación a la que nos someten, o sometemos, con las plataformas audiovisuales a nuestra disposición además de alejarnos de las salas de cine, también nos lleva a no saber qué ver o qué elegir, ante tanta oferta. Lo cómodo, dado nuestro ritmo trepidante, individual y de estrés que imprime la sociedad nos hace optar por el formato de series, a ser posible de episodios que no superen los 45 minutos… Entre esa vorágine de opciones a veces te encuentras con títulos que llaman la atención y que te descubren una película bellísima, con conversaciones mordaces y, dejando entrever a través de la pátina de comedia una realidad que es dura, muy dura y que vivimos cada día en nuestro entorno.

Una joven triunfadora en el trabajo y, supuestamente en el amor, con toda la vida por delante. La compra de una casa relativamente barata y una mujer mayor, la propietaria, que es denominada como «el inconveniente» por el agente inmobiliario: no podrá ocupar la casa hasta que fallezca esta mujer que tiene bastantes papeletas de despedirse pronto de este mundo.

A partir de ahí una serie de situaciones que nos permiten conocer aspectos que no resultan extraños en esta sociedad individual, cuyos integrantes cada vez miran más hacia su ombligo. Prisas, preocupaciones, demostrar capacidades y aptitudes para trabajar, medrar y, al mismo tiempo, no renunciar a nuestros deseos personales -o sí-. Una rapidez que contrasta con el paso lento que marcan los que caminan delante de nosotros: nuestros mayores.

Una película que nos enfrenta con algo tan presente como natural a nuestro alrededor: la vejez, o más concretamente, el envejecimiento, un estado que quienes vienen por detrás, quienes están desarrollando su día a día ven como algo ajeno sin percatarse de que en breve formarán parte de esa población mayor. Y un segundo tema, la soledad, esa en la que nos vemos inmersos unas y otros. Los mayores que se quedan solos -hasta el punto de vender una casa consigo dentro para buscar compañía- y la de quienes, aunque viven rodeados de muchos y muchas, conviven con la soledad.

Foto Pixabay

«El inconveniente» es fácil de ver, con personajes que nos mantienen una sonrisa en la boca de forma continua pero convirtiéndose en más de una ocasión en esa mueca que surge cuando comprobamos que no le falta razón a la protagonista cuando habla de lo difícil que es hacerse vieja, porque aunque parece que empezamos a reaccionar, todavía nos da miedo esa palabra, y nos supone un «inconveniente», aceptar la vejez.

La población envejece (actualmente el 20,1 % de la población española tiene más de 65 años) y con ella nacen nuevos términos como la «soledad no deseada». Miles de personas mayores que viven solas, sin nadie que les preste algo de ayuda o simplemente le haga compañía como es el caso de la protagonista del largometraje que ya se ha hecho a la idea de que morirá con la compañía de sus muebles. No son pocos los casos que se recogen en la prensa, en los que ancianos o ancianas son descubiertos sin vida en el interior de su vivienda porque alertan vecinos por mal olor o alguna conocida o un comercio que hace meses que no los ven.

Pero a los que las administraciones parecen querer callar y arrinconar. Se toman medidas pero son insuficientes y, sin duda, queda para la historia, la triste historia de nuestro país -más concretamente de la comunidad de Madrid- la actuación durante la pandemia en las residencias de mayores donde, como un anciano de 90 explicaba a El País, «la enfermedad no distinguía de edades. La dignidad en la vida debe ser la misma que en la muerte para los mayores, que nos convertimos en las víctimas olvidadas».

Nuestros mayores. Esos que, afortunadamente tienen cada vez más capacidad para protestar y reivindicar sus derechos. Ellos saben lo que es luchar por lo suyo y cuando hay que levantar la voz no lo dudan, porque ese ese el legado que nos dejan: la consecución y defensa de derechos de los que todos y todas gozamos. Pero aún así queda muchísimo que avanzar, mucho por adaptar nuestra sociedad y por abrir los ojos a las administraciones ante las necesidades sociales, sanitarias o económicas que precisan.

La pandemia, esa que de la que íbamos a aprender tanto, dejó uno de los peores recuerdos y actuaciones hacia nuestras personas mayores: los protocolos de la vergüenza firmados por la Comunidad de Madrid. Aquellos que prohibían derivar a los hospitales a lo ancianos y ancianas que estaban en las residencias de mayores y contraían el COVID. No había, en aquel momento medios para atender a todos y por ello los que más habían vivido eran los que perdían la partida…-siempre que no hubieran suscrito pólizas con aseguradoras privadas-

Cifras vergonzosas de las que no se quiere hacer responsable el Gobierno de Madrid, aunque se ha demostrado que dio la orden que permitió que 7291 personas murieran en las residencias sin ser derivadas a los hospitales; en condiciones insalubres y de abandono total porque «se necesitaban las camas para aquellos que más se beneficiasen. Derivar a los pacientes, más que por el riesgo que tienen por los años de vida que podemos salvar, los años de vida recuperables.» O lo que es lo mismo, abandonar a los mayores en las residencias, llegando a sumar el número de 7291 fallecidos solo en la comunidad de Madrid.

Sin duda los testimonios de La teoría del paréntesis (El País) dejan muy claro lo que pasó y cómo pasó, lo que sufrieron aquellos que recibieron la orden de «salvar una vida, dejando otra atrás», ante unas órdenes que priorizan la privatización, la juventud y olvidando el sufrimiento de los residentes y familiares que no podían hacer otra cosa que denunciarlo públicamente.

Foto Álvaro García, publicada en El País.

Gracias a películas como la que me ha servido de arranque en esta entrada, y sobre todo, al PERIODISMO -así con mayúsculas- que hace su función descubriendo e investigando este tipo de situaciones, que no se callan, que siguen recordando -día día- el tiempo que hace que no se contesta por parte de la administración de Ayuso a las familias de las víctimas de los protocolos , como hace el periodista y abogado Manuel Rico.

Termino con un lema de la lucha por la igualdad, del feminismo que, sin duda, podemos aplicar a nuestros mayores que nunca, nunca deben considerarse un inconveniente:

«Porque fueron somos, porque somos serán».

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