Nos jugamos mucho

Hace poco más de un mes, el pasado 28 de mayo muchas y muchos decidimos acudir a las urnas, cumplir con un derecho y -siempre digo obligación- del que podemos disfrutar gracias a la lucha de otros tantas y tantos que que alzaron la voz por garantizar nuestra capacidad, como ciudadanía de elegir quiénes nos representarán en las instituciones. Ejercimos nuestro derecho al voto.

Apenas unas horas después, casi 24 horas después, Àngels Barceló, directora del Hoy por Hoy de la Cadena Ser se hizo viral por una reacción, un gesto que no sólo nos igualaba a ella a todos los profesionales que acabábamos de poner el punto y final a una campaña electoral que -hace ya años- no se limita a los 15 días. Creo que nos representaba a miles de personas que no dábamos crédito, al igual que la periodista catalana: Pedro Sánchez acababa de convocar unos nuevos comicios, de nuevo tendríamos que votar en apenas dos meses, el 23 de julio.

Levantamos los brazos como hartos, como aburridos … no porque no creamos en el derecho del sufragio universal -por favor, no- si no por ser conscientes de que éramos de nuevo rehenes de las estrategias y pactos políticos que permitan rascar a las fuerzas concurrentes, a las que se supone que han de defender nuestros derechos como país y nuestros intereses como ciudadanía, hasta el último voto que les permita lograr la cifra necesaria para hacerse con el control del gobierno.

Alzamos los ojos al cielo porque sin todavía haberse constituido las recién elegidas corporaciones municipales nos veíamos inmersos en una nueva campaña en la que nos jugamos mucho, muchísimo como sociedad.

El PP, que sigue ganando puntos en las encuestas, se ha quitado la careta y donde antes prefería mirar para otro lado, e incluso negarse a aceptar determinadas cosas, ahora por asegurar un gobierno se olvida del mantra tanta veces entonado de que gobierne la lista más votada. Porque la tentación de poder gobernar es demasiado fuerte y si para ello hay que permitir la entrada en el gobierno a VOX, la ultraderecha… !adelante¡

Y poco a poco se pretende vender como normal – NO LO ES– que la violencia machista desaparezca como tal y en su lugar hablemos de la violencia intrafamiliar. Aparecen las concejalías de familia frente a las de Igualdad que se entierran porque los derechos que defendemos y hemos logrado en los últimos años en ese campo «pican» y mucho a los hombres que dirigen estos partidos. La cultura dejará de tener una concejalía propia porque… ¿para qué vamos a defender un sector tan importante como este? ¿Cómo vamos a posibilitar un pensamiento crítico entre la ciudadanía? La censura gana espacio, de nuevo, en nuestro entorno.

No claro que no, en su lugar la promoción de la tauromaquia -con un torero al frente de una vicepresidencia- y apoyo al fútbol, como también a la religión, valores con los que sin duda se identifican estos partidos que aseguran ser modernos y no tener nada que ver con tiempos pasados.

Nos jugamos mucho, muchísimo una vez más. Los partidos pelean entre ellos no pensando en el bien de la población a la que van a representar, claro que no. Se pelean por la porción de tarta de más grande de poder, de dedicaciones, competencias y delegaciones que asumir. Poder, poder y más poder aunque en esa lucha tediosa y eterna pierdan cada vez a más votantes, desilusionados con el papel de sus representantes; desencantados con una política que deja cada día mucho que desear.

Y frente a ese hastío -más con una convocatoria en pleno mes de verano- la desmovilización de miles de ciudadanos y ciudadanas que no llegan a pensar que es posible que gobiernen otros -que nunca criticaré como defensora de la democracia- pero ojo, ¿a cambio de qué?

No perdamos de vista Baleares, Aragón, Valencia, Castilla-León … y muchos más gobiernos que se están conformando a nuestro alrededor a costa de negar la violencia de género, invisibilizar y denostar los derechos LGTBIQ+; anunciar la derogación de leyes tan importantes como la del aborto, la eutanasia, la memoria histórica… y solo están empezando.

Sí, tal vez resulte cansado tener que votar de nuevo. Tal vez estemos desilusionados pero… este 23 de julio nos jugamos mucho, muchísimo.

También va con nosotr@s

Regreso tras el verano, con el otoño recién estrenado a mi blog, lo hago poco antes de que cierren los colegios electorales en Italia, pendiente de unas elecciones que muchos y muchas pensarán que no nos afectan, que no nos interesan pero… no puedo dejar de temer que se cumplan las encuestas que en los últimos días parecen dar la razón a aquellas y aquellos que tristemente se ven abocados a reconocer que no, que el pasado no se ha superado, ni siquiera hemos aprendido de él. Tal vez cuando publique estas letras ya se conozcan los resultados y ojalá -aunque temo equivocarme- la ultraderecha no haya ganado en Italia. Ojalá la ultraderecha no haya sumado un espacio más en nuestras democracias (esas que tanto critican cuando les interesa y que, paradójicamente, les posibilita ser elegidos y cobrar del estado sus sueldos.

Regresaba del verano con lecturas y experiencias que comentar, como siempre hago en mi blog, pero en esta ocasión el recuerdo que más ha pesado es el concierto de Joan Manuel Serrat que pude disfrutar en julio, el último que daría en Vigo durante su gira antes de bajarse de los escenarios. Un hombre que se ha caracterizado por defender la libertad, por alzar su voz en pleno franquismo contra la dictadura como tantos otros que querían escapar de la opresión de una dictadura impuesta tras la sublevación militar contra un gobierno democrático en el 36.

Un concierto que siempre quedará en mi memoria, donde vivían ya muchos de sus temas, y de ellos uno resuena estos días en mi cabeza quizá por todos los mensajes que apuntan sin remedio al crecimiento de ideologías ultras y sinsentido, que recortan nuestros derechos-: Para la libertad. Él puso la música, Miguel Hernández la letra, y cientos y cientos de personas anónimas para muchas y, no para otras, su propia vida para que ahora la pudiéramos disfrutar en pleno siglo XXI.

No fue el único y si buscamos en la historia de la música, hay muchos y muchas artistas que han cantado a la libertad, a esa que nos permite a todos y todas ser iguales; a la que defiende los derechos de las personas da igual su raza o condición; la que respeta a los que piensan diferente, a los que huyen de guerras y conflictos que inician desde despachos o grandes pedestales los que siempre ganan -a pesar de que detrás lo que dejen sea muerte, destrucción o dolor-; la libertad de gritar contra la opresión, contra la homofobia, el machismo, la xenofobia; la libertad para no tener que mirar hacia otro lado por las consecuencias…

Nos echaremos las manos a la cabeza cuando sea tarde, como siempre pasa. Nos escandalizaremos cuando veamos en los telediarios las imágenes de fosas comunes -como ya hemos visto en Ucrania- y luego seguiremos a lo nuestro, restando importancia al ascenso de esos pensamientos que ya a mediados del siglo XX imperaron en Europa y que tanto nos avergonzaron después. Movimientos fascistas, de ultraderecha que han seguido latentes, esperando su oportunidad, atentos a que quienes se aprovechan de la desesperación ajena muevan los hilos para ellos seguir cómodamente en sus torres de oro, mientras el resto hace el trabajo sucio.

No hace tanto en este blog escribía una entrada en titulada 3, 2, 1... eran los días que quedaban para que los talibanes recuperaran el gobierno en Afganistán. Telediarios, redes sociales, radios, diarios… se llenaron de denuncias, de imágenes de gente huyendo de una represión total de libertades. Las mujeres, ellas serían las más débiles… ellas volverían a perder hasta su propia razón de ser -porque ellos los hombres talibanes así lo ordenan-. La perdieron. Sí, las encerraron en casa bajo burkas, prohibiéndoles la educación de nuevo y pasado el momento ya pocos nos acordábamos de ellas.

Mujeres en Irán protestan por la muerte de una joven detenida por no llevar bien tapando todo el pelo

Afortunadamente hay valientes que siguen dispuestas a gritar y salir a la calle. Lo han hecho esta semana: se han quitado las yihab, se han cortado el pelo y se han enfrentado -aún a riesgo de lo que eso supone para ellas- manifestándose para defender su libertad y la de todas aquellas que temen imponerse a los que se creen en el derecho de gobernar no solo un país si no la vida de sus habitantes. Mujeres -y también algunos hombres- que salieron a la calle gritando «¡basta!» y a las que apenas hemos hecho caso. Personas que cada día se tienen que cuidar muy mucho de la «policía de la moralidad» cuyo deber es el de «vigilar la virtud y prevenir el vicio» -curiosamente una vigilancia que suele ser más intensa sobre las mujeres.»

Esta misma semana en el programa Hoy por Hoy de la Cadena Ser, Angels Barceló se refirió a estas protestas y al hecho de que por estar a miles de kilómetros no debemos olvidar que su lucha «también va con nosotras». Una reflexión necesaria, para aplicar no sólo a este ámbito si no a cualquiera que atente contra los derechos humanos, contra las libertades de las que podemos disfrutar gracia a la lucha de mujeres como las iraníes ahora, y de tantos otros y otras antaño, podemos disfrutar sin problema en este momento, la mayoría.

«Lo que les pasa a las mujeres de Irán también va con nosotras», recordó Angels Barceló.

Pero como también nos recuerda la periodista catalana, también va con nosotros, lo que este domingo determinen las urnas en Italia. Porque si la ultraderecha gana, si la candidata Meloni llega al poder arropada por la derecha, habrá dado un paso más en las instituciones donde legitimados por ese poder -que no se puede discutir- podrán hacer y deshacer a su antojo.

Y claro que va con nosotros porque se volverá a hablar de abolir el aborto; de reducir los derechos de las mujeres -simplemente basta echar un vistazo a las «lindezas» que el socio del PP (VOX) en Castilla y León ha dicho al respecto-; la homosexualidad será de nuevo juzgada y perseguida; y los inmigrantes, todos aquellos de otra raza -aun siendo españoles- serán vistos como ciudadanos de tercera clase porque de segunda seremos todos los que sigamos cantando a la libertad como han hecho muchas y muchos durante años. Todo aquellos que creemos en el progreso, en la libertad de expresión, los derechos humanos y en la igualdad como las mejores armas para hacer realmente moderna una sociedad.

Se me ocurren muchos temas que traer aquí para defender nuestra libertad y que se han plasmado en una partitura. Podría acabar con el famoso «Bella Ciao», pero me quedo con un tema maravilloso que demostró que un pueblo puede unirse contra un dictador y romper el yugo impuesto. Lo dicho ojo a Italia porque sí va con nosotr@s.

Yo te lo pongo

Me habían hablado de ella, me la habían recomendado en varias ocasiones y reconozco que la vi hace bien poco en relación al resto. Y sí tenían razón en sus críticas: es una muy buena serie con un mensaje, sin duda, más que necesario actualmente en nuestra sociedad en la que, aunque pueda parecer increíble, los jóvenes, las nuevas generaciones parecen andar más despistados que un pulpo en un garaje a la hora de enfrentarse al sexo, su descubrimiento, hablar sobre él, practicarlo…

Hablo de Sex Education, una serie repleta de mensajes necesarios acerca de relaciones sexuales adolescentes, de adultos, de relaciones de amistad, relaciones personales… empleando un lenguaje directo y normal, llamando a las cosas por su nombre, sin miedos, sin tapujos, con la naturalidad con la que el sexo, sexualidad o géneros deben abordarse. Me gustaría equivocarme -pero sé que no lo hago- al pensar, que más de uno/a (muchísimos/as) están echándose las manos a la cabeza si se tropiezan con este post, en el que escribo sobre ¡SEXO! y, es más, sobre una serie que lleva «esa palabra» en su título. Abran las puertas del infierno para que ardamos en él.

Básicamente a lo largo de diferentes temporadas vamos conociendo a los personajes, mayoritariamente adolescentes y cuáles son sus grandes dudas y miedos a la hora de enfrentarse a las relaciones personales, emocionales, afectivas y sexuales, así como los errores que cometen llevados por temor o desinformación. Tanto esa así, que gracias a los buenos consejos que el hijo de una terapeuta sexual recibió en su casa -a pesar de que como buen adolescente rehúye esa faceta maternal- y que comparte con sus compañeros, todos aprenden supliendo la ausencia de una asignatura que aborde la cuestión con naturalidad entre profesorado y alumnado, atendiendo las preguntas y cuestiones reales que surgen entre chicos y chicas frente a un canon establecido socialmente. Facilitaría tantísimas cosas.

Porque, trasladándonos a nuestro día a día, no deja de sorprenderme que en pleno siglo XXI las leyes de educación en nuestro país todavía no contemplen como obligatorias asignaturas que deberían ser básicas: gestión de las emociones, lenguaje de signos, teatro y, por supuesto, educación afectivo-sexual, esta última vital si queremos establecer unas normas de juego sanas e igualitarias entre las futuras generaciones, y evitar que su única información , como está ocurriendo actualmente, sea la que obtienen a través de internet y las películas porno a las que tienen acceso en esta red.

O si no siguiendo el consejo que «este me ha dicho que le hizo a aquella», o «haciéndolo con la postura que la amiga de un amigo dijo que era lo más, aunque estuviera incómoda»; sin olvidar «aquella que dice que el otro le ha explicado que eso debe ser así y que además le gusta, y ojo, porque aquel grupo de allí asegura que es mejor todos juntos porque les mola más».

Preocupante ascenso de las violaciones grupales.

Crecen los casos de violaciones grupales. Crece el número de abusos y agresiones sexuales. De relaciones en las que la violencia, habitualmente, ejercida sobre las mujeres parece el modelo que impera y se normaliza. Disminuye la edad de los autores que parecen interiorizar estas conductas, sabedores de que las consecuencias al ser menores de edad no son tan graves como en otros casos. Las cifras hablan por sí solas: según datos del Ministerio del Interior, el pasado año se denunciaron cada día 6 violaciones, una cada cuatro horas y cinco minutos.

En 2021, las fuerzas y cuerpos de seguridad registraron 2.143 denuncias por el delito de agresión sexual con penetración, un 34,3 % más que en 2020 y un 14,4 % más que en 2019, año más adecuado para la comparación debido a los efectos que el confinamiento domiciliario tuvo en la criminalidad en España. Y solo computan las agresiones sexuales con penetración, no las situaciones en las que ejerciendo ese «poder» que entienden muchos les otorga tener pene intimidan o generan miedo a las mujeres. Seguro que se os ocurren más de una con solo con pensar unos segundos.

Y ¿ qué hacer ante esto? Fundamental, no mirar hacia otro lado. Imprescindible, atacar el problema sin complejos y miedos; y, necesario, dejar atrás prejuicios y conductas patriarcales y envueltas en valores morales -que persiguen mantener una desigualdad que solo beneficia a un 50% de la población- «encierren» cualquier cosa que tiene que ver con el sexo, los géneros, el placer y un largo etcétera de cosas en una habitación cerrada bajo siete llaves.

Hace 33 años fue un gran logro -no exento de mucha indignación y escándalo con denuncias de asociaciones católicas y padres de por medio) la famosa campaña del «Póntelo – pónselo» en la que se recordaba la necesidad de utilizar condón para tener sexo seguro, para evitar contagios de enfermedades infecciosas, venéreas o embarazos no deseados. Si ya el hecho de enseñar un condón en la tele era impensable en el 89, menos aún ese «pónselo» y una alumna o varias reconociendo ante su director que era suyo. No señores, no… las mujeres no hacen esas cosas, ellas no sienten placer o necesidad de satisfacerlo.

Después vinieron más campañas siempre criticadas y no exentas de polémica, incluso en pleno siglo XXI, por una parte de la sociedad ( representada, por ejemplo, por dos millones de personas que eligieron a 53 diputados de la ultraderecha que ocupan sus escaños en nuestro Parlamento) que no quieren avanzar, que no les interesa.

Solo así se puede entender su constante política de desinformación y ataque a cualquier propuesta que suponga avances en las leyes de libertad sexual, de igualdad, de lucha contra la violencia machista, abogar por un educación asentada sobre esas premisas. Y aunque afortunadamente chirríen, y mucho, algunos mensajes oídos en la actualidad, no podemos olvidar que la vicepresidencia de Castilla-León (a cambio de una presidencia) se dio a un diputado que ve a las mujeres como «portadoras y donadoras de vida» y ante el temor de que ardamos en el infierno «inventa» que se enseñan posturas sexuales a los niños de primero de primaria.

No es cierto. Pero debería, precisamente, preocupar que NO SE ENSEÑA educación sexual en los colegios, son escasas la excepciones y demasiadas las voces que se nieguen a impartir esta materia para facilitar la información necesaria que garantice la práctica de un sexo respetuoso, un sexo libre y abierto a los deseos de los implicados, seguro, y siempre con el consentimiento pleno (porque, por supuesto, solo SÍ es Sí).

No bajamos la guardia, claro que no, porque va más allá de hombres y mujeres, y este desinterés, esta obsesión por implantar un «pin parental» que controle las materias (sobre todo referidas al sexo) que nuestros hijos/as reciben en el cole responde a intereses partidistas que quieren mantener la estructura social instaurada hace décadas, solo así se entiende que nos tilden de «malcriadas» desde la tribuna del poder a quienes queremos decidir cuándo, como y dónde hacerlo y disfrutar de nuestra libertad, señora Ayuso:

Hace años la campaña «Póntelo, pónselo» puso el grito en el cielo; luego vendría la lucha por la ley del aborto (que ojo, hace apenas 7 años un ministro del PP quiso restringir); fue la campaña de la píldora después; las mujeres exponiendo su capacidad de gozar y recordar que su cuerpo es suyo; que tienen orgasmos y que pueden decidir cuándo y cómo hacerlo; el respeto hacia esa decisión… Todo ello sigue escandalizando en este país en cuyas aulas hay que hablar de sexo, de penes y vulvas, de masturbación femenina, de cómo hacerla y donde tocar, de follar, de gozar, de orgasmos, de correrse de gusto, del respeto hacia las opciones sexuales y de género de cada cual, de vivir «en libertad» (tan proclamada por la señora Ayuso) nuestros deseos y pasiones.

La información, la educación son y siempre serán las herramientas necesarias para avanzar, para progresar y por ello no me importa confesar y, si hace falta gritar a pleno pulmón, que soy una «malcriada» que quiero decidir sobre mi cuerpo y mis decisiones en torno a él. Una malcriada que educará a otra «malcriada» en la idea de que sea una mujer libre y viva.

3,2,1…

Cuenta atrás. El tiempo se agota. Esta frases se repiten como un mantra desde hace apenas unos días. El 31 de agosto el ejército de Estados Unidos abandonará definitivamente el aeropuerto de Kabul, abandonará Afganistán en manos del poder de los talibanes, ese grupo político radical al que se enfrentaron hace 21 años y con los que han decidido negociar una salida que, todos sabemos, no cumplirán en ninguno de los términos que se acordaron.

La cuenta atrás marcada por Estados Unidos y secundada por la Unión Europea para abandonar a su suerte a cientos de miles de ciudadanos y ciudadanas en manos de un gobierno extremista radical, que ejecutará a aquellos que consideran que les traicionaron por el simple hecho de ayudar a países occidentales o al gobierno afgano vigente hasta hace apenas un mes. En manos de un poder político con el que no han tenido ningún reparo en negociar «un acuerdo de paz», una salida del mismo territorio que en su día, hace 20 años, invadieron para protegerse del terrorismo islámico, para dar un golpe sobre la mesa y recordar quién manda y ante quién no deben enfrentarse. Una respuesta a los atentados del 11S que todos tenemos en nuestra memoria y a la captura de Osama Bin Laden.

Y hoy mi entrada la hago mirando hacia Afganistán porque creo que es el momento de pronunciarse, de no girar la cara hacia otro lado, de dar una opinión que viene marcada por una cuenta atrás.

3,2,1… los talibanes avanzan sobre Kabul. Vi esta noticia empezando mis vacaciones. Me horrorizó la rápida forma en la que lo conseguían, conquistaban el terreno sin apenas freno por parte de las tropas policiales del país y con el apoyo implícito de los ejércitos que desde décadas les impidieron hacerlo. 3,2,1… sigo descansando y empiezo a escuchar y leer los mensajes solicitando ayuda, recursos para sacar de Afganistán a quienes están llamados a una muerte segura por hacer y creer en cosas que en mi día a día son lo habitual, por defender su libertad.

Imagen El País. Aeropuerto Kabul familias piden ser repatriadas

3,2,1… el tiempo pasa. Miles de personas desesperadas se agolpan en el aeropuerto de Kabul, con visados que les permitan ser recogidos por los ejércitos de aquellos países a los que ayudaron en su momento. Ahí está la labor de los ejércitos, la que deben realizar las tropas: defender los derechos humanos, las vidas de mujeres, niños y hombres que se ven obligados a dejar atrás parte de la familia, sus hogares porque el régimen con el que Estados Unidos llegó a un acuerdo, el Talibán, no va a cumplir los acuerdos asumidos. Ellos lo saben, nosotros lo sabemos, Estados Unidos lo sabe…

3,2,1… Estados Unidos alerta de la posibilidad de un atentado en la zona -¿acaso lo dudaba?-. El tiempo se agota. En las puertas niñas que huyen de una esclavitud segura, encerradas dentro de esta sociedad y el burka que deberán llevar. Como recordaba estos días en la televisión el corresponsal de guerra @APampliega -cuya labor siempre habrá que reconocer a pesar de las críticas incomprensibles de muchos compañeros- los talibanes tienen un dicho: «La mujer es despreciable, incluso si es tu madre o tu hermana». 3, 2, 1… su cuenta atrás, la de las afganas, ya ha terminado.

Como periodista me preocupa más otra cosa. Le fugacidad de las noticias, el tiempo que tardarán los medios en trasladar el foco a otro punto informativo, relegar Afganistán a tercera noticia del día, a cuarta y así hasta que sea un simple titular. Sí, ocurrirá como ocurrió con Siria, con las pateras que llegan a Canarias y atraviesan el mediterráneo con cientos de personas hacinadas en ellas, con los muertos de Haití… 3,2,1… la cuenta atrás también está ahí y no, no deberíamos consentirlo, por supuesto que no. Porque como siempre tras el acuerdo negociado por Estados Unidos, sólo están sus intereses y también muchos otros geopolíticos de países que sacarán beneficio económico de recursos de Pakistán, de acuerdos con Irán o vayan ustedes a saber.

Los burkas enterrarán a las afganas y sus derechos

Lo que deberíamos tener presente es que esa cuenta atrás una vez finalizada supondrá la desaparición de la vida pública de miles de mujeres, que enterrarán bajo los burkas, a las que prohibirán estudiar a partir de los 10 años y que a los 12 podrán ser casadas y explotadas sexualmente porque así la ley islámica, la sharía, lo recoge. En nombre de Alá todo vale. Y esta vez, mientras no seamos objetivo de atentados terroristas -al parecer a eso se han comprometido entre otras cosas con el presidente Baiden- en occidente, este tipo de extremismo no importa ya tanto.

Pero ojo, que arranca otra cuenta atrás que no debemos perder de vista: la llegada de los afganos a España, a Europa y la de los que lo intentarán -a pesar de los muros que muchos países anuncian levantarán para impedirlo-. La cuenta atrás que nos permite oír ya a lo lejos las primeras voces de aquellos que les gusta hacer ruido, atacar a los extranjeros, alertar sobre el peligro de que se integren en nuestra sociedad porque son terroristas, talibanes, islamistas, musulmanes, árabes, moros… en una clara xenofobia demasiado presente en nuestra sociedad y basada únicamente en el desconocimiento real sobre lo que ocurre. La ignorancia sobre el origen de las personas que estamos acogiendo y sobre el hecho de que su nacionalidad no está ligada a un régimen político determinado extremista (Al-Quaeda, Isis, Talibán…), como afortunadamente no todos los españoles, por serlo, somos de la extrema derecha, esa que en lo diferente siempre ve a un enemigo, salvo en aquellos que vienen al país pagados con cifras astronómicas por clubes de fútbol por los que son capaces de sacar pecho y lucir escudo.

Realmente esa es la cuenta atrás que nos debe preocupar ahora que los talibanes cerrarán las fronteras del país y actuarán con impunidad, la que les otorga el hecho de haber mirado para otra parte -por el interés que sea- a las grandes potencias que durante 20 años estuvieron allí para garantizar que miles de niñas como Malala Yousafzai pudieran desarrollarse como personas, estudiando, eligiendo libremente su destino. Ahora, volverán a la más extrema oscuridad, que muchos querrán extender con sus mensajes de odio en España, Europa o donde les quieran escuchar. Extremistas, ya saben.

Activistas afganas se manifiestan contra el régimen talibán. Valientes.

https://www.elperiodico.com/es/opinion/20191030/articulo-donde-esta-movimiento-feminista-7697301

https://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2021/08/21/os-papaventos-kabul/0003_202108G21P12994.htm

https://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2021/08/18/os-talibans-barbaros-nos/0003_202108G18P10994.htm.

Libres

Me asomo una semana más a mi blog y en este caso lo hago con un libro cuyo análisis o recomendación soy consciente generará polémica, controversia, como viene ocurriendo desde hace años y años en una sociedad en la que hablar de «aborto» implica atacar directamente los principios sólidos establecidos hace mucho tiempo para mantener un orden social determinado en el que las mujeres deben mantener un estatus concreto, en el que el cuidado de los hijos y la maternidad (y su entera dedicación a ella) da puntos para ser la mejor.

Pero no debemos tener miedo a generar controversia ni a hablar de realidades que están instauradas y que suponen claramente un peso, un lastre para millones de mujeres que libremente deciden tomar una decisión, traumática decisión, que en gran parte de los casos será juzgada por unos y otras, por otras y unos sin que, en la mayoría de las ocasiones, se pongan en la piel de quien lo ha sufrido, pasado, vivido.

Sobre la mesa «Maternofobia» de Diana López Varela, del que para arrancar y quizá respaldar lo que acabo de decir escojo este párrafo: «Detrás de cada aborto hay un pequeño drama. Ninguna mujer aborta por afición, por placer o porque lo considere un método anticonceptivo».

¡¡¡Qué cita tan acertada!!! En estos días que estamos celebrando los 40 años del fallido golpe de Estado y la victoria de la democracia, resultan curiosos los grandes lastres que la España de entonces, la de 1981, ha arrastrado hasta pleno siglo XXI y con los que hay que seguir todavía luchando, sobre todo para desterrar los sentimientos de culpa, de vergüenza y de dominación que pueden implicar determinadas cuestiones como la que hoy abordo. Por aquel entonces, el inicio de la década de los 80, en España el aborto estaba prohibido y penado con cárcel en nuestro país.

Un país que estrenaba una democracia y en el que las mujeres seguían relegadas al hogar -al menos si querías ser considerada como tal- y en el que se veían obligadas a viajar a Londres para poder abortar, si así lo decidían, enfrentarse a ser señaladas y estigmatizadas como madre solteras, o, casarse rápido y corriendo para salvar una imagen que siempre se vería enturbiada por ese hijo/a concebido fuera del matrimonio. Así era la España de apenas hace 40 años.

Hubo que esperar hasta la llegada del año 85 para que se aprobase la primera ley del aborto en España, eso sí, con tres supuestos bien claros y con al menos dos dictámenes médicos en dos de los casos. Se abría un poco la mano pero también a costa de señalar, de clínicas amenazadas, de médicos y enfermeras que se negaban a aceptarlo. Decisión del gobierno socialista presidido por Felipe González que zarandeó los cimientos de una sociedad que no se quedó callada y que salió a la calle a gritar y señalar como asesinos a quienes estaban a favor. Curiosamente imagen que se repetiría 24 años después cuando Rodríguez Zapatero propuso la reforma de la ley, para legalizar el aborto en las primeras 14 semanas de gestación e introducir otros cambios, que buscaban normalizar esta decisión en el caso de ser necesaria.

Manifestaciones multitudinarias promovidas por grupos provida y los partidos de la derecha contra la nueva reforma de la ley del aborto en 2010. (imagen Vanguardia)

Prueba esto de lo poquito que ha cambiado la base de la sociedad, de lo poquito que nuestro país ha evolucionado o quiere avanzar en cuestiones que implican la capacidad de decisión de las mujeres no solo sobre su cuerpo, si no sobre su futuro, su vida y cómo quieren desarrollarla. Manifestaciones que se repiten como ocurrió contra el divorcio, contra el matrimonio gay y recientemente contra la eutanasia, y que están mayoritariamente respaldadas por ideologías de la derecha que después , sin rubor y total normalidad -como ha de ser- aprovechan esa legalidad para divorciarse, casarse y abortar. La siempre presente doble moralidad tan propia de este país nuestro.

Podríamos decir que hemos avanzado, que las mujeres tenemos por fin la capacidad de decidir sobre nuestro cuerpo pero me temo que no es así. Hemos dado pasos, muchos pero no los suficientes y frenados continuamente por una sociedad en la que el patriarcado -sí, otra palabra que como el aborto no gusta nada escuchar- no está dispuesto a ceder su espacio. Pero lo siento, las reglas están cambiando, las mujeres las estamos cambiando, las queremos modificar ya no por nosotras, si no por las que nos precedieron intentándolo, sembrando la semilla, y por las que vienen pisando fuerte y merecen su espacio al que no van a renunciar.

El propio subtítulo del libro «retrato de una generación enfrentada a la maternidad» nos da una pista sobre ello. Yo soy de una generación en la que todavía la mochila de la moralidad, lo correcto o incorrecto estaba ahí. Una generación que, afortunadamente, crecimos en libertad de decidir ser lo que quisiéramos, de estudiar y desarrollar una profesión, mujeres libres pero en la que el hecho de serlo seguía íntimamente ligado a «ser madre», y a las que quizá el hecho de decir que no sentían esa «llamada» las trataban con condescendencia y les respondían con un «ya cambiarás de idea».

Una cuestión que Diana López refleja muy bien con testimonios en primera persona de muchas chicas que tienen claro que no quieren ser madre y dejan claro que es una opción como otra cualquiera, o de aquellas que tomaron la decisión de esperar y abortar por entender que no estaban preparadas o no era el momento. La voluntad propia de las mujeres, su capacidad de decisión y Maternofobia nos habla de ello.

Un libro, en el que Diana narra su experiencia pero también de la de muchas otras, pero no se queda solo, ahí, claro que no, va más allá y convierte el texto en una lectura necesaria para hombres y mujeres que siguen oponiéndose al aborto arremetiendo con argumentos que en la mayor parte de las ocasiones son los incrustados en la sociedad para mantener en segundo plano a las mujeres, y que basan, principalmente, en la defensa de la vida.

Y hay más mucho más tras una decisión como la de abortar porque como señala en sus páginas «a veces, no es el amor de madre lo que nos permite cuidar a tiempo completo, es la imposible conciliación». Porque como bien explica «no hay libre lección con una brecha salarial del 24% del salario medio de las mujeres que crece hasta el 37% cuando somos madres. No hay libre elección si no hay plazas en las guarderías públicas o si la plaza cuesta tanto, o más, de lo que tú ganas. No hay libre elección si no te vuelven a contratar después de ser madre… Y no hay libre elección, desde luego, cuando los hombre jamás se tienen que enfrentar a las mimas contradicciones que soportamos nosotras para ser padres».

La brecha salarial es una realidad muy presente contra la que las mujeres siguen luchando.

Porque a pesar todo el terreno ganado por las mujeres en este campo la maternidad sigue siendo una «losa» y, ojo, no entendamos mal esta expresión. No el hecho de ser madre si no las consecuencias que todavía sigue generando decidir serlo o no. Viene acompañada de renuncias que -como ya expuse en el anterior párrafo- suponen para las mujeres como puede ser el hecho de que solo 2 de cada 10 hombres, según datos del CIS de 2017 recogidos en el libro, compartían en igualdad las tareas de limpieza y de cocina. «Más del 60 % de las mujeres realizaban siempre solas, o casi solas, todas las tareas de la casa…y la toma de decisiones para repartirlas recae mayoritariamente en nosotras algo que agota y desespera…»

Son las nuevas generaciones, las que en las últimas décadas se enfrentan más que nunca a la precariedad laboral, a sueldos que no alcanzan a los ya «antiguos mileuristas», a unas reglas empresariales voraces y exigentes como nunca antes y frente a las que no pueden descuidarse, dar un pequeño traspié porque «tengan hijos o no, el trabajo de la mujer sigue siendo visto como secundario , prescindible, una realidad con la que conviven felizmente empresarios y líderes sindicales que aún creen que el drama es el paro del cabeza de familia y que el pan , para ser comestible tiene que venir debajo del brazo de un hombre».

Como dije pertenezco a la generación en la que las oportunidades y opciones que tuve para elegir libremente estaban ahí pero en la que todavía en la mochila muy abajo, casi en el fondo, seguía instaurado esa idea de que para «estar completa» también tenía que ser madre, algo que demasiadas personas siguen defendiendo en nuestra sociedad en pleno siglo XXI y en la que la llegada de la ultraderecha a las instituciones quieren reforzar y de nuevo instaurar. Y esto no puede ser así, no.

Sí soy madre, por decisión propia. Porque cuando llegó el momento quería serlo yo, pero como mujer siempre estuve completa porque en mi vida decidí aquello que más me beneficiaba y me hacía sentir bien. Porque pude formarme académicamente en lo que yo decidí y después dedicarme a ello, eso sí descubriendo, que lo que faltaba para completarme no era la maternidad, no… era que el ser mujer no me frenara -o frene- para ocupar un puesto de responsabilidad; que pueda ir por la calle de madrugada sin miedo a ser intimidada por un hombre, por el hecho de que se siente superior; que si quiero disfrutar de mi cuerpo con quien quiera y cuando yo quiera, pueda hacerlo sin ser juzgada… y un largo etc de cuestiones que continúan demasiado «normalizadas» en el ideario de nuestra sociedad porque en ella la mujer debe (o eso quieren) mantener su papel y en ese rol no cabe la capacidad de decidir, de decir que no quiere ser madre, o que ahora no es el momento.

Por eso se celebra como una gran victoria que se vaya legalizando el aborto poco a poco en países como recientemente ocurría en Argentina, o en aquellos lugares en los que las mujeres- miles de ellas- deben recurrir a clínicas clandestinas y poner en riesgo su vida porque solo ellas saben las razones que las lleva a tomar esa decisión, o, simplemente porque ellas así lo quieren. Aunque realmente me encantaría ir más allá, y además de lograr la despenalización y la libertad de cada mujer de tomar esa decisión cuando así lo ve necesario, conseguir que después desaparezcan los comentarios, recriminaciones, lamentos o simplemente se las señale por haberlo hecho.

Los pañuelos verdes se convirtieron en el símbolo de la lucha de miles de argentinas para reclamar la legalización del aborto.
Foto E. García Medina (EFE)

Yo decidí ser madre libremente y cuando estaba preparada, pero también sé lo que es abortar, tomar esa decisión, por lo que cierro esta entrada con la misma cita que usé al principio y que Diana López Varela acertadamente, muy acertadamente, recoge en su «Maternofobia»: «Detrás de cada aborto hay un pequeño drama. Ninguna mujer aborta por afición, por placer o porque lo considere un método anticonceptivo».

Así es.